Era finales de mayo y estábamos terminando el curso académico, concretamente era la última sesión del taller de innovación. El cansancio se había ido acumulando a lo largo de los meses; el estrés estaba muy alto debido a las entregas finales de los múltiples trabajos académicos, acumulación de café y poco descanso; las hormonas empezaban a hacer estragos debido al incremento de la temperatura y la presencia cada vez más profusa de espacios libres de ropa en los cuerpos; se acercaban los exámenes y había que empezar a sacar tiempo de todos los sitios para estudiar y, por si faltase algo se acercaba la fecha de preparar la salida de Erasmus con todos el papeleo que ello conlleva y los nervios y fantasías que concita… y ese fue precisamente el momento en el que iban a tener que ponerse en práctica las habilidades blandas, las mal llamadas, en varios sentidos, las habilidades soft, ya que las personas que participaban en el taller, y que formaban parte de un programa de emprendimiento e innovación me pidieron no cumplir con un compromiso adquirido al comienzo del mismo.
La primera vez que oí hablar de ellas fue en la carrera, Humanidades:Empresa; a Miguel Ayerbe y nunca entendí el adjetivo de “blandas” (peor me parecía cuando las llamaban soft con ese deje (más…)