Mes: octubre 2016

El niño que me adoptó… el niño que lloró por mí

100_2741Él tenía un año recién cumplido. Yo ya pasaba los 45. Los dos nacimos el mismo día y el mismo mes. Él me eligió y yo me sentí elegido. Desde ese momento los dos supimos que yo iba a estar siempre entregado a él.  Juan Ignacio no sabía hablar… yo no tenía palabras. Les “echo el cuento”.

Cuando nació yo ya tenía relación con sus padres, pero curiosamente no le conocí hasta mucho tiempo después, prácticamente al año de nacer. A él le costó sobrellevar los primeros meses de su vida ya que sus pulmones estaban un poco perezosos. Yo intimé con él en la tierra de sus padres, en Venezuela, en el Táchira, donde con la gran generosidad y atrevimiento del que hacen gala llevaron a una persona a la que apenas conocían y que no cuadraba con los cánones sociales y culturales a los que ellos estaban acostumbrados. Yo me atreví a aceptar su invitación, a ellos probablemente les extrañó, nunca les estaré lo suficientemente agradecido. Fue allí, en San Cristóbal donde, presa de una timidez que nadie me reconoce, él me adoptó y me reconfortó en los primeros días de mi vida andina.100_2489

Residían en casa de su abuela, en casa de “la abu”. Yo acababa de llegar de viaje con su padre. Él estaba en el parque jugando. Yo no sabía qué hacer, dónde meterme y en ese momento sucedió. Me acerqué a hacerle alguna carantoña, él me miró fijamente, me tendió los brazos, me sonrió, le cogí y desde entonces supimos que íbamos a ser importantes en uno para el otro, porque él lo decidió así, no por mi mérito. Poco después, cuando empezó a hablar, y no sé si animado por sus padres, pero sí de una forma natural, me concedió uno de los títulos que más me enorgullecen en esta vida, y que, sin ser exclusivo de él, sí que en su boca cobra un significado distinto: el tío Roge. Título que, gracias a Dios, me concedió su hermana un tiempo después, María Giovanna, Marigió, título que una vez concedido defiende con la vehemencia con la que vive esa bendita niña, que no por mencionarla más tarde es más joven ni quiero menos. Pero fue Juan Ignacio quien me adoptó, que no les quepa la menor duda.

Fueron años intensos, duros, vitales, de 100_2488crecimiento mutuo, de dientes caídos, de comidas en su casa todas las semanas, de juegos, de risas, de riñas, de broncas compartidas porque en cuanto nos veíamos empezábamos a pegarnos, a jugar, y nos chillaban a los dos a la vez. Años de compartir la incesante charla de su hermana, generosa en su cariño aun intuyendo que yo era de él, que él era mi favorito, sin saber todavía que a ella le quería con la misma intensidad con la que ella reclamaba, aunque fuese un ratito, a su tío Roge. Años de sopita, de arepas, de hallacas, de Nelly y de doña Aura, de familia, de entrega, de encuentros y desencuentros, pero no con ellos, sino con las circunstancias de la vida. Años de compartir valores, de contribuir a ir desarrollando los suyos, los de todos. Años de ser su tío cuando sus tíos no estaban tan cerca, de ser mis sobrinos cuando más falta me hacía su cariño. Años inolvidables en los que todos siempre supimos que yo estaba para lo que él quisiera.100_2442

Sin embargo, la vida es vida, y como tal a veces te quita lo que te ha dado, o para decirlo de otra forma, se lo lleva lejos. La familia parte para acercarse más su querida y maltratada tierra y los niños se marchan también, y yo me quiero marchar con ellos… pero no puedo. Pero como la vida sigue siendo vida, y como les decía sus padres son muy generosos y buenos amigos, al poco tiempo me invitan de nuevo a su casa y volvemos a encontrarnos y volvemos a disfrutar y a compartir y a llorar. Llorar como hacía años que no hacía, porque hacía muchos años que nadie lloraba por mí.

100_2736Fue en el segundo viaje que hacía a Bogotá. Yo me iba al día siguiente. Habíamos hablado que había que ser fuertes y que no podíamos llorar al despedirnos. Antes había dado resultado esa estrategia.  No fue así en esa ocasión. Hubo un momento que él se dio cuenta que me marchaba y empezó y no paró de llorar, con un dolor que no recuerdo de nadie más, con una inocencia que me rompió el corazón, con una intensidad que nos contagió a su hermana y a mí, cómo se agarraba a mí, como llorábamos todos juntos, cómo nos queríamos, cómo les quiero. Nadie ha llorado tanto por mí que yo recuerde… no porque no me quieran, no porque no me sienta querido, sino porque ya se nos ha pasado la edad de la inocencia.

Como comprenderán, no me está siendo fácil terminar este escrito, poder ver con claridad lo que escribo. Sé que él está bien, que no puede tener mejores padres, mejor familia, mejor hermana, pero yo le echo de menos. Echo de menos a ese niño que me adoptó y lloro por ese niño, por esos niños que lloraron por mí. Benditos sean.

En esta vida puede pasar de todo… incluso cosas buenas…

Joseba Sánchez Zabaleta

Joseba Sánchez Zabaleta

Lo escribí en Marbella hace ya un tiempo, y hace ya un tiempo que superé la frustración y el dolor que subyace a este escrito y anímicamente estoy en un gran momento. Sin embargo, permítanme el atrevimiento, por el sentimiento con el que fue escrito, quería compartirlo con todos ustedes. En un principio fue una epístola… ahora ya no tiene destinatario. Gracias por escuchar, gracias por estar ahí, pero una cosa… no dejen escapar ese último momento… Recuerden esto que les digo cuando terminen de leerlo…

Una de las cosas de las que me he dado cuenta este año (tarde ¿verdad?) es que nos puede suceder cualquiera de esas cosas de las que se habla sobre la vida: que dos personas se separen después de 35 años de amistad; que una amistad de 30 años se termine sin mediar prácticamente palabra, solo por una charla mal llevada; que te traicionen o que traiciones; que  haya personas que no te respondan cuando lo necesites, que no respondas a al amigo que lo necesita; que tus padres no sean lo que tú esperabas,  que no seas tú el hijo que ellos querían; que entre tu círculo más cercano haya sinvergüenzas, bandidos y piratas o que tú seas considerado como tal por tus amigos o cercanos; que tengas dinero y que no lo tengas; que dejes dinero y no te lo devuelvan o que no devuelvas el dinero que te han prestado; que te falle tu familia, que tú les falles o que protagonices la parábola del hijo pródigo; que todos los para siempre, jamás, toda la vida, nunca y significados por el estilo caigan uno tras otro…  en definitiva, queridos amigos, que todo es posible en esta vida y que además no hay tiempo, es decir, que los años cumplidos no te eximen de esta realidad.

Joseba Sánchez Zabaleta

Joseba Sánchez Zabaleta

Conforme te escribo esto, me parece hasta un poco pueril afirmar lo que he dicho por, quizás, su evidencia, pero lo que no me había pasado hasta ahora es sentirlo tan profundamente, vivirlo, experimentarlo casi físicamente y saber que, además, todo esto lo debemos vivir solos, lo debo vivir solo que es como he decidido vivir la vida, o la vida ha decidido que así la viva, no sé cuál es la proposición correcta. Lo que sí sé en este momento vital es que cada vez me acerco más a la soledad vital en la que moriré, en la que moriremos casi todos, sin prisa, sin ganas, pero que llegará. Quizás, como decía Faciolince citando, creo recordar, a Borges, “empiezo a ser el olvido que seremos”.  Nunca había sentido tan dentro esto que les cuento, el que todo puede pasar, en que la vida es esto, un cúmulo de circunstancias variables, que no nos vamos a salvar de casi ninguna de ellas y que cada una nos irá acercando más a la soledad final, a la soledad del último viaje. Además, lo he visto en mi casa, en las carnes de mis padres y ahora en mis hermanos y a todos ellos les he visto llevar esta verdad con una estoicidad que siempre me ha sorprendido y que yo no estoy seguro de poder conseguir.

Joseba Sánchez Zabaleta

Joseba Sánchez Zabaleta

Me imagino que cuando lean esto, si es que algún día lo hacen, estarán pensando que mi parte “andaluza”, melodramática y exagerada ya está saliendo, y seguro que tienen razón, y también debo reconocer y que lo he hecho hace tiempo reconociendo que tengo una parte de emoticono de la gitana, que me crie con las coplas que le gustaban a una madre asturiana, anarquista y afrancesada por su estancia en el exilio por  la Guerra Civil y por nacer hija de principios del siglo pasado, sí… soy exagerado, depresivo, mayor y… no se me ocurre qué más “poner para quedar bien”, sabiendo que todo lo que pusiera iba a resultar insuficiente.

La vida es demasiado compleja amigos, pero he decidido vivirla, o seguir viviéndola que con mis 53 (ya casi 55) años parece que he llegado a ella antes de ayer. Sin embargo, he insisto, me ha sorprendido que no haya forma de vacunarte contra esas cosas que oíamos de chicos y que pensábamos, o por lo menos yo lo pensaba, que no iba a caer en ellas, que no me iban a pasar quizás por creerme más listo que nadie, pero quizás también, simplemente, porque estaba convencido que no iba a caer en ellas. La falta de empatía, no escuchar a los demás, dejar de lado a un amigo, estar colgado de los problemas de la familia, pero sobre todo perder la capacidad de hablar con las personas, de decir lo que pienso, de pelear como un jabato por una amistad… y no lo he hecho… no tengo ya fuerzas para hacer muchas cosas queridos amigos… no las tengo…

Joseba Sánchez Zabaleta

Joseba Sánchez Zabaleta

Así que con estas me ven, me veo. Con una visión nueva de la vida, más descarnada de lo que había tenido hasta ahora, con unas ganas de vivir como no había sentido hacía tiempo, siendo consciente de que soy un solitario después de haber pensado toda la vida que era un “hombre casado” (¡o permanentemente a la espera de ello, vamos!!), con una salud frágil y sin algunos amigos que pensaba que iban a ser eternos y sin ti… sobre todo sin ti.

¿Parece que estoy desanimado verdad? Pues curiosamente estoy como si empezase a vivir de nuevo, con ganas de comerme la vida a bocados, cada instante… curioso ¿verdad?… porque también me he dado cuenta de que en esta vida pude pasar de todo… inclusive lo bueno…

Con todo mi cariño,

Rogelio