el niño

El niño que me adoptó… el niño que lloró por mí

100_2741Él tenía un año recién cumplido. Yo ya pasaba los 45. Los dos nacimos el mismo día y el mismo mes. Él me eligió y yo me sentí elegido. Desde ese momento los dos supimos que yo iba a estar siempre entregado a él.  Juan Ignacio no sabía hablar… yo no tenía palabras. Les “echo el cuento”.

Cuando nació yo ya tenía relación con sus padres, pero curiosamente no le conocí hasta mucho tiempo después, prácticamente al año de nacer. A él le costó sobrellevar los primeros meses de su vida ya que sus pulmones estaban un poco perezosos. Yo intimé con él en la tierra de sus padres, en Venezuela, en el Táchira, donde con la gran generosidad y atrevimiento del que hacen gala llevaron a una persona a la que apenas conocían y que no cuadraba con los cánones sociales y culturales a los que ellos estaban acostumbrados. Yo me atreví a aceptar su invitación, a ellos probablemente les extrañó, nunca les estaré lo suficientemente agradecido. Fue allí, en San Cristóbal donde, presa de una timidez que nadie me reconoce, él me adoptó y me reconfortó en los primeros días de mi vida andina.100_2489

Residían en casa de su abuela, en casa de “la abu”. Yo acababa de llegar de viaje con su padre. Él estaba en el parque jugando. Yo no sabía qué hacer, dónde meterme y en ese momento sucedió. Me acerqué a hacerle alguna carantoña, él me miró fijamente, me tendió los brazos, me sonrió, le cogí y desde entonces supimos que íbamos a ser importantes en uno para el otro, porque él lo decidió así, no por mi mérito. Poco después, cuando empezó a hablar, y no sé si animado por sus padres, pero sí de una forma natural, me concedió uno de los títulos que más me enorgullecen en esta vida, y que, sin ser exclusivo de él, sí que en su boca cobra un significado distinto: el tío Roge. Título que, gracias a Dios, me concedió su hermana un tiempo después, María Giovanna, Marigió, título que una vez concedido defiende con la vehemencia con la que vive esa bendita niña, que no por mencionarla más tarde es más joven ni quiero menos. Pero fue Juan Ignacio quien me adoptó, que no les quepa la menor duda.

Fueron años intensos, duros, vitales, de 100_2488crecimiento mutuo, de dientes caídos, de comidas en su casa todas las semanas, de juegos, de risas, de riñas, de broncas compartidas porque en cuanto nos veíamos empezábamos a pegarnos, a jugar, y nos chillaban a los dos a la vez. Años de compartir la incesante charla de su hermana, generosa en su cariño aun intuyendo que yo era de él, que él era mi favorito, sin saber todavía que a ella le quería con la misma intensidad con la que ella reclamaba, aunque fuese un ratito, a su tío Roge. Años de sopita, de arepas, de hallacas, de Nelly y de doña Aura, de familia, de entrega, de encuentros y desencuentros, pero no con ellos, sino con las circunstancias de la vida. Años de compartir valores, de contribuir a ir desarrollando los suyos, los de todos. Años de ser su tío cuando sus tíos no estaban tan cerca, de ser mis sobrinos cuando más falta me hacía su cariño. Años inolvidables en los que todos siempre supimos que yo estaba para lo que él quisiera.100_2442

Sin embargo, la vida es vida, y como tal a veces te quita lo que te ha dado, o para decirlo de otra forma, se lo lleva lejos. La familia parte para acercarse más su querida y maltratada tierra y los niños se marchan también, y yo me quiero marchar con ellos… pero no puedo. Pero como la vida sigue siendo vida, y como les decía sus padres son muy generosos y buenos amigos, al poco tiempo me invitan de nuevo a su casa y volvemos a encontrarnos y volvemos a disfrutar y a compartir y a llorar. Llorar como hacía años que no hacía, porque hacía muchos años que nadie lloraba por mí.

100_2736Fue en el segundo viaje que hacía a Bogotá. Yo me iba al día siguiente. Habíamos hablado que había que ser fuertes y que no podíamos llorar al despedirnos. Antes había dado resultado esa estrategia.  No fue así en esa ocasión. Hubo un momento que él se dio cuenta que me marchaba y empezó y no paró de llorar, con un dolor que no recuerdo de nadie más, con una inocencia que me rompió el corazón, con una intensidad que nos contagió a su hermana y a mí, cómo se agarraba a mí, como llorábamos todos juntos, cómo nos queríamos, cómo les quiero. Nadie ha llorado tanto por mí que yo recuerde… no porque no me quieran, no porque no me sienta querido, sino porque ya se nos ha pasado la edad de la inocencia.

Como comprenderán, no me está siendo fácil terminar este escrito, poder ver con claridad lo que escribo. Sé que él está bien, que no puede tener mejores padres, mejor familia, mejor hermana, pero yo le echo de menos. Echo de menos a ese niño que me adoptó y lloro por ese niño, por esos niños que lloraron por mí. Benditos sean.