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Me redescubrió el sentido de la libertad, me cambió la vida. Eso es lo que me gusta de ella… toda ella.
Una libertad trabada, dolorosa, huérfana, insegura, difícil, revolucionaria, sin pizca de hedonismo, sin pizca de narcisismo. Una libertad quebradiza que precisamente con su fragilidad es capaz de generar sentido, de darte el sentido para vivir. Libertad libertaria, militante, fuera de normas, de convencionalismos, incluidos los propios y que te orienta a la nada fácil tarea de ser tú mismo, tú misma, que te impele hacia adentro hacia tu ser, el verdadero ser, o lo que es lo mismo… a su búsqueda, a tu presencia. Libertad olvidada tras la apariencia de la elección, de la votación, del logro, de la comodidad, de la felicidad enlatada, de la infelicidad asumida. Libertad el hola y del adiós. Libertad sin garantías, libertad de perdedores, libertad de pobres, la libertad de la honradez y de la integridad, libertad de obreros, de aquellos que quieren construir su vida, aunque no sepan muy bien que es eso. Libertad de ser dual a la vez que singular.
Libertad, sobre todo, sin miedo o, mejor dicho, libertad sin la tiranía del miedo. Sin ese miedo que paraliza y que en sus “por si acaso” te va enterrando en vida. Libertad que duele pero que reconforta, libertad de quienes murieron gritando libertad. Libertad para vivir, para sentir, para pensar para actuar. Libertad para contradecir, para cambiar, para amar, para equivocarse, para responsabilizarse, para demostrar que se puede hacer, para temer hacerlo… pero libremente acometerlo. Libertad para asumir quién eres y también libertad para cambiarlo, para equivocarte, para adjudicarte la responsabilidad de todo ello… de lo que te corresponde. Libertad para cuestionar lo incuestionable, libertad para decir lo que pensamos, libertad para hacer lo que decimos, libertad para ser libres. Libertad para asumir el dolor que puedes
causar siendo libre, y aún y todo querer ser libre a pesar del dolor causado. Libertad para amarse, para amar, para ser amado… Libertad para decir hola y adiós. Todo esto lo he aprendido de ella o, mejor dicho, ella lo ha enriquecido… y por eso la quiero.
La quiero porque un día, un mal día, me dijo “recuerda quien eres, de dónde vienes” y así lo hice. La quiero por su forma de querer, por su forma de estar, por su forma de irse, por ser ejemplo, un ejemplo cuestionado, criticado, libre. La quiero porque con ella he redescubierto la parte de testimonio que puede tener la vida. La quiero porque no es fácil de querer, le quiero porque no está y por eso le quiero todavía más. La quiero porque no la tengo.
Hace unos días, una buena amiga, compleja y completa como los somos ya todos a estas alturas, y pobre de quien todavía no lo sea, me decía: “Te ha marcado mucho, te ha marcado especialmente” y sí… así ha sido… pero no es de ahora. Cuando le conocí me daba un poco de miedo (soy un hombre de miedos). Es una mujer sensual, culta, altiva, orgullosa, poderosa, con el estilo que marca el haber viajado y haber aprovechado el viaje aun teniendo un gran apego a la tierra, a su tierra. Cuando volvimos a tener relación, relación de amigos, de grupo de amigos, me fascinó su vehemencia, su verbo, su alegría, su fuerza, su sonrisa, su cariño, su entrega, su lucha. Ahora que no la veo, aunque la siento como nunca, me fascina su poesía, me cautiva su libertad, su dolor, su vida.
Y podría seguir escribiendo, aunque me temo que eso se dice cuanto no hay más que decir, sobre todo porque este último post, el previo a hablar de Los Cosus, ese grupo de personajes
del que me gusta presumir, pero que más me gusta disfrutar, es el que más me inquietaba, por querer agradar, porque todavía no se volar, porque todavía no soy libre.
Me preocupaba, entre otras cosas, a causa de que es la primera vez que dudo en la elección del artista, en la elección de la música y dudo por el miedo, por el miedo a no acertar, por el miedo a no cautivar. Es por ello, por lo que he decidido poner la música que más me gusta, Bach, el instrumento que me tiene fascinado, el chelo, y la pieza que me llena el alma, sus sonatas, en concreto la sonata número 1 BWV 1007 (8.1954). El intérprete Pau Casals, por ser un hombre libre. Eso para el cierre, aunque la música que abre el escrito y que pretende acompañar la lectura es de, Dvorak, nacionalista, en concreto el Romance para piano y violín, Op. 11
En cuanto a la pintura, por simbolismo, y después de descartar a Basterretxea, a Mediburu, a los de Gaur e incluso a Chillida, al final me he decidido por Schiele, Egon Leo Adolf Schiele, géminis, un clásico, un hombre libre.
Espero que les guste, espero que le guste… como a mí me gusta.
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